lunes, julio 28, 2025

Explicación de frase "We rise, we fall. We may rise by falling. Defeat shapes us. Our only wisdom is tragic, known too late, and only to the lost" by Guy Davenport

"We rise, we fall. We may rise by falling. Defeat shapes us. Our only wisdom is tragic, known too late, and only to the lost". 

by Guy Davenport

Estas palabras de Guy Davenport, citadas en Un verdor terrible de Benjamín Labatut, nos arrastran hacia una verdad cruda y luminosa: el conocimiento auténtico no nace de la victoria, sino de la herida. No hay sabiduría sin pérdida. No hay transformación sin colapso. El error no es un obstáculo en el camino del progreso, sino el umbral mismo por el que hay que pasar.

Caer no es un accidente, es una condición. En la historia de la ciencia, de la filosofía, de la humanidad entera, los grandes saltos hacia adelante casi siempre han estado precedidos por fracturas. Las ideas revolucionarias suelen emerger del abismo. En la narrativa de Labatut, los personajes —científicos reales llevados al límite— se convierten en ejemplos vivientes de esta tragedia creadora. Las mentes que llevaron al mundo al borde de lo incomprensible fueron, casi sin excepción, almas rotas. Werner Heisenberg, Alexander Grothendieck, Erwin Schrödinger, Fritz Haber… genios tocados por el desastre. En sus biografías se entrelazan las cumbres de la inteligencia con las simas del sufrimiento.

No aprendemos en la calma, sino en la tormenta. Las lecciones que dejan marca no son las que se leen en un libro, sino las que se sienten en la carne, en el alma desgarrada. La caída tiene un poder pedagógico radical. Nos vacía de certezas, nos obliga a mirar lo que antes evitábamos. Por eso, muchas veces, solo los que han perdido todo alcanzan una claridad que los triunfadores desconocen. La derrota nos arranca las máscaras. Nos hace humanos.

La sabiduría que importa no es la del manual, sino la del mártir. Aquella que se destila lentamente, después de haber probado la desesperación. Como si hubiera que tocar fondo para poder mirar hacia arriba con ojos verdaderamente nuevos. No se trata de glorificar el dolor, sino de reconocer que el dolor es una fuente de sentido cuando lo superficial se desmorona. Es ahí, en medio del caos, donde puede brotar algo esencial: la capacidad de ver lo invisible, de percibir lo que antes estaba oculto por la arrogancia o la ignorancia.

El progreso nace del conflicto. La historia del pensamiento no es una línea recta ascendente, sino una serie de explosiones, de crisis, de desgarros. Cada gran avance viene con un precio. Cada teoría que redefine el mundo deja a su paso un campo de ruinas: ideas obsoletas, certezas pulverizadas, identidades rotas. Y sin embargo, ese es el camino. Solo al perder lo que éramos, podemos ser otra cosa. Solo al fracasar, nos descubrimos capaces de algo distinto.

La caída nos vuelve permeables. Cuando todo se rompe, nos volvemos porosos. De pronto, podemos absorber lo que antes rebotaba en nuestra coraza. La experiencia del fracaso nos hace receptivos a la complejidad, a la ambigüedad, al misterio. Nos obliga a abandonar el deseo de controlar y nos empuja a aceptar. A veces, incluso, a amar lo incierto. Esa es la sabiduría trágica: no la del dominio, sino la de la rendición lúcida.

Solo los perdidos conocen ciertas verdades. Es una afirmación brutal, pero cierta. Quien ha tocado fondo puede ver el mundo sin adornos, sin ilusiones. Desde ese lugar oscuro, nace una forma de conocimiento que no está al alcance de quien nunca ha sido derrotado. Es un saber que no se puede enseñar, solo se puede sufrir. Y, si hay suerte, transmitir con una voz temblorosa, como quien ha regresado de un lugar del que casi nadie vuelve.

Hay belleza en la ruina. En la arquitectura del derrumbe, en los fragmentos que quedan tras el paso del desastre, se revela una estética profunda. El espíritu humano, en su fragilidad, alcanza un grado de intensidad irrepetible cuando se enfrenta a su límite. Esa tensión entre lo que se rompe y lo que resiste es el corazón de toda gran historia, de toda gran obra de arte, de toda vida vivida con plenitud. Porque lo que nos salva no es la perfección, sino la capacidad de renacer desde las cenizas.

Nos elevamos porque hemos caído. No a pesar de la caída, sino gracias a ella. En la paradoja se esconde la revelación. La caída nos enseña lo que somos. Nos despoja de lo accesorio. Nos confronta con nuestra verdad. Y, si tenemos el coraje de atravesarla, nos deja con algo más valioso que el éxito: la conciencia de que somos más grandes en nuestra vulnerabilidad que en nuestras conquistas. Porque solo quien ha estado perdido puede encontrar un camino que valga la pena.


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