miércoles, febrero 21, 2007

Paseando la maleta

5:30h de la mañana, me suena el despertador. Al momento recuerdo el porqué de que suene tan temprano: tengo que coger un avión. Me lavo la cara para despejarme. Me voy a la cocina y desayuno. Me lavo los dientes y me afeito antes de ducharme escuchando la radio. Me visto deprisa y corriendo, pues ya voy tarde según el horario previsto.

Salgo disparado de casa con una maleta con ropa para un día. Rápidamente encuentro un taxi, y sólo al subir conectan con la información del tráfico indicando los primeros incidentes clásicos. Llego más o menos temprano a la terminal C del aeropuerto de El Prat, para coger el Puente Aéreo. Decido facturar la maleta, aunque quizás tendría que haberla embarcado como todo el mundo...

Cojo el avión de las 7:45h, y como siempre el avión va completo. Durante el vuelo leo el libro de "El Proyecto Williamson" de John Grisham. Noto que me falta el café que debía haber hecho antes de embarcar, pero que me he saltado por falta de tiempo.

En la terminal 4 de Madrid nos envían a una puerta muy lejana, con que el trayecto andando hasta la salida se eterniza. Justo al bajar las escaleras veo mi maleta en las cintas y la cojo casi al vuelo.

Al llegar a la cola de los taxis, y ver que hay para un buen rato, decido dar media vuelta y desayunar en el aeropuerto. El zumo de naranja, croissant y café con leche me sientan de fábula. Mientras desayuno noto que hace frío, y entonces me doy cuenta que las cristaleras de la terminal están sustituidas por unas lonas blancas. Es como si desayunara en una terraza en plena calle.

Al salir hasta la cola de taxi me doy cuenta que estoy delante de la zona cero de la terminal 4 de Barajas. El agujero en lo que era el parking es dantesco, y la sensación que me pasa por el cuerpo es extraña.

El taxista de la ida es un seguidor primero del Madrid y después del Atlético, pero la cuestión es que no calla. Me da su tarjeta, pero me dice que sinceramente, sólo lo llame si voy al aeropuerto porque sino no le sale a cuenta. El taxista de la vuelta es un fitipaldi, muy callado pero eficaz. Eso sí los dos cuentan con GPS en el coche y alertas de los radares.

No os lo he contado, pero es que tenía reserva de hotel, y la cancelé sin coste viendo que había terminado el trabajo antes de lo esperado. Así que el paseo de la maleta había servido de bien poco, sólo por si a caso.

Esta vez decido no facturar la maleta, y la embarco. En el avión de vuelta, una vez habíamos realizado el despegue, el piloto se dirigió a los pasajeros: "hola buenas noches, soy el comandante xxxx, y os tengo que informar que hemos estado a punto de abortar el despegue". A mi me vinieron dos imágenes, la primera el aterrizaje abortado que viví en República Dominicana debido a otra aeronave que estaba en la pista y la segunda imagen pensando que algún elemento del avión se había estropeado.

Pues bien, el piloto o comandante del avión de Iberia siguió su discurso: "Hemos estado a punto de abortar el despegue porque ha habido interferencias de algún teléfono móvil encendido. Así que por favor, una vez esté apagada la señal de cinturones abrochados, comprueben todos que tienen su teléfono móvil apagado".

Durante el trayecto Barcelona-Madrid, y a pesar que tengo la cabeza a punto de estallar por haber dormido poco, por haber estado currando full-time, y por el dichoso avión, sigo leyendo el libro de John Grisham.

No sé el porqué, pero la llegada a El Prat fue en la terminal B en lugar de la C, y la cola de taxis era peor que la que había por la mañana en Barajas. Por suerte el paseo de la maleta acabó bien. Sólo tuve que deshacer la misma maleta que me había hecho el día antes como si se tratara de trabajo extra.

1 comentario:

Javi dijo...

Tendriamos que ir el dia antes en estos viajes, levantarse tan pronto y luego volver el mismo dia es un palizon de cuidado...Pero quién paga noche de hotel jeje...