El despertar en la Villa de Bora Bora es una cosa difícil de explicar, es mejor que cada uno lo viva en primera persona. Es como el paraíso, pero casi sin el como. Despertarse y desde la cama poder ver el mar directamente, y salir a la terraza y darte un chapuzón... una gozada!
Así que me bañé en el mar, para luego ducharme en la ducha e irnos al desayuno. Un buffet libre americano, donde esta vez sólo me harté de tostadas con mantequilla y mermelada, para variar, zumo de naranja, croissants, un yogurt y un café con leche.
Al salir de desayunar nos bañamos en una de las playas con hamacas en las que estás casi sólo, para luego ir a la piscina. Allí nos sorprendieron con una demostración de cómo preparaban un plato típico de la Polynesia, a base de pescado crudo, aderezado con limón, tomate a rodajas finitas, cebolla, pepino y todo ello bañado con leche de coco.
Al acabar la demostración, el hombre nos dio a cada uno medio coco de los que había utilizado para la preparación del plato con un poco del manjar que acabab de preparar. Estaba buenísimo, pero claro con el calor y la comida entra sed y acabamos picando en el bar de la piscina.
Luego fuimos en un barco que nos comunica con la isla interior de Bora Bora cada hora, para luego coger un taxi. El taxi nos paró según lo acordado en un puesto de perlas que, al estar lleno de japos, nos quedamos con las ganas. Luego nos llevó a la ciudad de Vaitape, lo que viene a ser el centro de Bora Bora.
Pues bien en Vaitape sólo hay una calle con un par de iglesias, muchas tiendas de perlas bastante caras, algún que otro supermercado, una gasolinera y un bar. Después de darnos una vuelta y ver alguna de las tiendas de perlas, acabamos por comprar algun souvenir y sentarnos a comer un sandwitch en el único bar de la ciudad.
Escogí yo la mesa con tanta potra que a nuestro lado se sentaba una pareja de catalanes también honeymooners. Al oir catalán les deseé "bon profit" y empezamos a entablar conversación acerca de su viaje. Ellos habían estado en Tahití, como nosotros, para luego irse a Moorea (allí no iremos), luego Bora Bora (donde estamos ahora) y luego acababan el viaje en otra isla... no me acuerdo.
Cuando acabamos los sandwitches recorrimos de nuevo la calle, y ya se nos hacía la hora con la que habíamos acordado recogernos al taxista. El hombre llegó unos 20 minutos antes, así que nos retornó por la única carretera que da la vuelta a la isla de Bora Bora, hasta el Intercontinental Moana donde cogeríamos el barco de regreso a nuestro hotel. De paso visitamos ese hotel, aunque nos gustó mucho más el nuestro.
Ya estaba anocheciendo y además empezó a llover y el mar estaba un poco revuelto en el camino de vuelta. Cuando dejó de llover pudimos disfrutar del cielo más estrellado que he visto en mi vida. Supongo que al no haber nada de contaminación se puede observar un cielo precioso.
Es curioso como se pone a llover en esta isla. Normalmente luce un sol de escándalo, pero de golpe y porrazo caen 4 gotas, para luego volver a la normalidad. Y el sol pica, pero si se pone a llover... según nos hemos enterados ellos están aquí en su particular invierno... aunque nada de frío ni durante la noche.
Por la noche disfrutamos de una cena en uno de los restaurantes del hotel en plan buffet libre. Lo curioso de la cena fue el espectáculo de bailes polynesios que nos brindaron, y en que incluso pidieron a la gente que subiera al escenario para bailar, pero yo ya había tenido suficiente con la Haka Maorí.
Emeshing desde el paradiso... digo desde Bora Bora
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